Jordi Sierra i Fabra publicó su primer libro en 1972, a los 25 años de edad. Fue su em- blemática Historia de la música pop, primer libro enciclopédico sobre el fenómeno musical escrito en espa- ñol en todo el mundo. Este 2022 se cumplen cincuenta años de aquella efeméride. Un tiempo en el que ha escrito casi seiscientas obras con su nombre, ha sido reconocido con más de cincuenta premios y galardones institucionales, ha sido traducido a más de treinta lenguas y ha superado los 14 millones de ejemplares vendidos —sin contar China, como suele decir—. Con- vertido en el actual escritor de literatura infantil y juvenil de re- ferencia en lengua hispana, creó en 2004 las dos fundaciones que llevan su nombre, en Barcelona y Medellín. Pese a su leyenda como autor de LIJ, nunca ha dejado de escribir libros de música, como tampoco ha dejado de hacer nove- las para adultos, siendo su serie so- bre el exinspector Miquel Mascarell su mayor éxito en este campo. En este año de homenajes, coro- nado por la exposición que le ha dedicado el Palau Robert de Bar- celona, Jordi hace para La Página Escrita, la revista digital de sus fun- daciones, un balance que nos ha cedido. CLIJ, cómo no, se suma a este merecido homenaje.
¿Cincuenta años son muchos años?
Una enormidad. Lo curioso es que ahora me doy cuenta de que han pasa- do volando. El cómic sobre mi vida que ha publicado Norma Comics se titula El largo y tortuoso camino (The Long and Winding Road, canción de los Beatles), porque hasta la publicación de mi pri- mer libro me pareció eso: un largo y di- fícil camino. Hoy entiendo que era muy joven, primer libro a los 25 años y pri- mera novela a los 27, pero a mí enton- ces se me hizo larguísimo. De pronto ha pasado medio siglo desde aquel día, y es una barbaridad, sobre todo porque lo he pasado escribiendo.
¿Te molesta ser el hombre de los récords?
Un poco. Odio la palabra prolífico y que me pregunten siempre cuántos libros llevo publicados, aunque por otra parte es normal. No soy prolífico, soy fértil. Es muy distinto. Yo sólo quería ser feliz haciendo lo que me gusta, que es escribir, y es lo que he hecho y soy feliz por ello. Lo otro son cifras, estadísticas. El día que me dijeron que era «el escritor español vivo con más obra publicada» iba a marcar para siempre, como así ha sido. En 2002 el Ministerio de Cultura de España hizo una en- cuesta escolar para ver a quién leían los jóvenes. Salí en el lugar n.o 8. Pero en esa encuesta sólo estábamos vivos Gar- cía Márquez, Delibes y yo (aunque yo era el único que hacía LIJ). Estaba in- cluso por encima de Cela, algo que me encantó. Los primeros lugares los ocu- paban Bécquer, Lorca, Galdós, Baroja… todos clásicos muertos. Pues bien, han pasado veinte años, ahora puede que esté en el lugar n.o 3 o el 19, no lo sé, pero me siguen presentando como «el autor n.o 8 de los más leídos en España» o «uno de los diez autores más leídos en escuelas». Es como si nadie mirara las fechas. Son sambenitos que parecen eternos.
Has cumplido todos tus sueños de juventud. ¿Qué te queda por hacer?
Mucho. Aunque tenga 75 años me siento pleno, lúcido, con la cabeza llena de ideas. Los artistas ganan con la edad. Pierden salud, pero ganan intelecto. Escribo mejor que a los 50, igual que a los 50 escribía mejor que a los 30. Es lógico. Es cierto que mis sueños se han cumplido, pero aparecen otros, como vivir 100 años y morir escribiendo. También están los sueños que no de- penden de uno, como ganar el Andersen (he sido candidato cuatro veces pero en el mundo anglosajón es complicado que se lo den a un español) o que le pongan mi nombre a una escuela, algo que, confieso, me haría mucha gracia. Sería como pagar una deuda con mi desastrosa infancia.
Campos de fresas, tu libro más vendido, cumplió 25 años este 2022. ¿A qué se debe la longevidad de tus obras?
Hay temas eternos, que no mueren con una moda pasajera. Yo siempre digo que no escribo best sellers, sino long sellers. Hay más de 30 libros míos publicados el siglo pasado que siguen vigentes, novelas como El joven Lennon, … en un lugar llamado Tierra, Las chicas de alambre, Noche de viernes o La fábrica de nubes. Cuando un libro trasciende a su tiempo se convierte en clásico, y siempre es por algo, principalmente el tema que trata. También es cierto que hay dos tipos de escritores, el que crea tendencias y el que las sigue. El que crea tendencias escribe a su bola, abre caminos, no le importan los éxitos ni el mercado, no hace caso de nada ni de nadie. El que las sigue, copia. ¿Están de moda los vampiros? ¡A escribir de vampiros! Cuando escribí Noche de viernes era un riesgo. Una novela rea- lista, con un lenguaje grueso, no había nada parecido en la LIJ española. Pero funcionó, vendió cien mil ejemplares en unos meses, el boca a oreja (sobre todo de los maestros) fue clave. Era evidente que se necesitaba un libro así y lo estaban esperando. Han pasado treinta años y la novela sigue ahí. No importa que en ella no haya móviles ni exista internet: la historia es lo que cuenta.
El artista ha de pintar, esculpir, escribir, siempre desde su yo interior y su soledad creativa. Después quiere llegar a un público, sí, pero ese es otro paso, no el primero. En estos cincuenta años he recibido cartas de todo tipo. Una vez una chica me dijo que iba a suicidarse y al leer un libro mío desistió. Nos escribimos y logré convencerla de que en realidad ella quería vivir, buscaba algo a lo que agarrarse y encontró mi novela.
Sin embargo, tu libro más famoso a nivel internacional puede que sea Kafka y la muñeca viajera.
Siempre digo que los libros no se escriben, se sienten. En este caso fue así: «sentí» ese libro nada más conocer la historia de Kafka y la niña que había perdido su muñeca. La supe ver y plasmar en libro. Y tras publicarse, en todos los países en los que se ha editado, ha habido personas que también lo han «sentido» a su modo, por eso se ha hecho en teatro en una docena, con casos tan dispares como Francia, donde se estrenó en formato de ballet clásico, o Italia, donde lleva tres años de gira con una marioneta haciendo el papel de la niña.
Dicen que tus per- sonajes femeninos son más fuertes que los masculinos.
Cierto. Al comienzo, por ser hombre, mis personajes eran masculinos siempre. Empecé a cambiar a fines de los ochenta y poco a poco hice una especie de trasvase. Pronto recibí ese tipo de comentarios. Mis chicas, por lo general, eran fuertes y firmes, y los chicos un poco inseguros. Creo que eso obedece a que, en el fondo, los chicos se parecían a mí y en lo que respecta a ellas a mi profundo respeto y admiración por la fortaleza femenina.
¿Por qué sueles decir, al mencionar tus ventas, que China es aparte?
Porque allí todo es desmesurado. He vendido 14 millones de libros… más uno en China. No digo 15, digo 14 más uno. Como Ángel Nieto, que era 12+1 veces campeón del mundo, aunque él no mencionaba el 13 por superstición. No, lo mío es… no sé, ¿vergüenza? No quiero hinchar cifras. Corea del Sur y China son los dos países en donde tengo más libros traducidos. Me resulta curioso, sobre todo en las historias de humor. Ni imagino la traducción. Pero veo mu- cho más importante ser leído en veinte países de toda América, gustar por igual a mexicanos, colombianos, peruanos, argentinos o chilenos. Es la prueba de que un buen libro no tiene fronteras y que hay buenos lectores en todas partes.
De esos cincuenta años, más de cuarenta los has pasado gustando a los jóvenes. Pero los jóvenes «cambian» cada cinco años. ¿Cómo has conseguido no pasar de moda y seguir gustando a la generación actual igual que gustabas a la de los ochenta, los noventa…?
Por un lado, sigo siendo un crío. Por el otro, vengo del mundo del rock. Para terminar, interactúo con ellos siempre, en las fundaciones, en mi casa, abierta siempre a quien quiera verme o hablar conmigo, me escriben… Suelo caerles bien a los y las adolescentes, me confían sus cosas, a veces soy más bruto que ellos. Es normal que de cada diez novelas en siete los protas tengan entre 15 y 20 años. Además, no escribo PARA jóvenes, sino DE jóvenes, que es muy distinto. La mayoría entienden lo que les digo, captan la honestidad, que no doy lecciones ni consejos fáciles, que cuento historias, que no hago demagogia ni lo resuelvo todo con fina- les felices o moralina barata. Cada cinco años se renueva la grey adolescente, sí, pero mis cifras no han bajado nunca, al contrario. Eso significa que estoy por encima de modas o tecnologías. Tengo más de cien libros que superan las 2.500 ediciones en conjunto solo en España (puede verse en www.sierraifabra.com). Que nadie piense que por ser leído en escuelas yo hago libros pensando en esas escuelas. No, nunca. Hago novelas, cuento historias. Si hiciera un libro «dirigido», «pensado» para un fin que no fuera entretener y hacerlo desde mi libertad, sería un mercenario, y para mí escribir es otra cosa, siempre lo ha sido. Creo que soy el último romántico de mi generación.
Pero eres consciente de que te leen los jóvenes en edad de formación. Eso es una responsabilidad.
Lo es hasta cierto punto. Cuando escribo una novela, no sé quién va a leerme. No me pongo una foto de una adolescente delante. Si lo hiciera así, escribiría para esa persona. Y no. El artista ha de pintar, esculpir, escribir, siempre desde su yo interior y su soledad creativa. Después quiere llegar a un público, sí, pero ese es otro paso, no el primero. En estos cincuenta años he recibido cartas de todo tipo. Una vez una chica me dijo que iba a suicidarse y al leer un libro mío desistió. Nos escribimos y logré convencerla de que en realidad ella quería vivir, buscaba algo a lo que agarrarse y encontró mi novela. No me sentí responsable de que viviera, aunque sí de haberla ayudado. Un libro no va a cambiar el mundo pero sí puede cambiar a una persona. Ese es el valor de la lectura, y más en la adolescencia, cuando buscamos espejos, algo en qué creer, que nos descubra quiénes somos y nos ayude a pensar.
¿Qué es un buen libro?
El que te deja buen sabor de boca, el que, te haga reír o llorar, cuando terminas se te ha hecho corto y nunca olvidas. El que te obliga a pensar, enfrentar- te a ti mismo, actuando como un espejo de conciencia. Y tanto da el género o el tema. Un buen libro ha de ser como una naranja: has de beberte su jugo, la esencia, lo que te alimenta.
Según estadísticas, también eres el autor más solicitado en las bibliotecas de gran parte de España en la franja de edad juvenil.
Bueno, otro orgullo. Y esas son cifras que no se cuantifican. A saber cuántos millones de libros míos se han leído en estos cincuenta años. Cuando me dicen en Granada o Málaga que estoy por encima de Lorca… O que te premien en el País Vasco, en la Comunidad Valenciana, estar en el puesto tres o cuatro en Galicia y el n o 1 en media docena más de comunidades… Es impresionante.
Tu método de trabajo ha merecido el interés de medio mundo. Una vez te invitaron a dar una charla en la central europea de Amazon para hablar de ello.
Pues no es ningún secreto, por eso escribí La página escrita (mismo título que la revista de las fundaciones). En ese libro lo cuento todo. No tengo misterios que llevarme a la tumba. Cada escritor en el fondo tiene su método, su sistema de trabajo, porque escribir no se estudia, no hay una «carrera de escritor». Todos nos lo hemos montado como hemos podido. Lo que hemos de hacer los que hemos llegado es compartirlo, y lo que han de hacer los nuevos es conocer a los veteranos y comparar, sacar lo mejor de cada uno de ellos y aplicárselo a uno mismo, aunque luego todo se resuma en escribir, escribir y escribir. Esto es una carrera de fondo y cada libro es siempre el primero.
En 1976 «me cansé» de viajar con las estrellas, de ir en Concorde, en helicópteros y limusinas y dormir en hoteles de lujo. Me di cuenta de que esa no era la vida del escritor que quería ser. Era fantástico, sí, pero necesitaba romper con todo. Quería conocer Asia, África, patearme América Latina… En una palabra, quería que «me pasaran cosas», necesitaba explorarme a mí mismo como ser humano para poder transmitirlo luego todo en mis novelas.
¿Tan fuerte era tu pasión por contar historias que abandonaste la música en pleno éxito, siendo el comentarista musical más importante e influyente de España en aquellos días?
Nací para escribir, eso lo tengo claro. La música sería mi segunda gran pasión, lo mismo que el cine y viajar serían las otras dos. Con 9 o 10 años me interesé por la música tras escuchar La consagración de la primavera de Igor Stravinsky. Después llegaron los Beat- les y ahí fue definitivo en todos los sentidos. Tomé a John Lennon de hermano mayor y referente. Como empecé a trabajar a los 16 años, iba a pie al trabajo y a la escuela nocturna para ahorrarme el dinero del bus y del metro. Así los sábados me podía comprar un LP (un disco grande), pero como salían diez a la semana que eran fabulosos, yo los escuchaba todos para elegir el mejor. Oír esos discos me hizo tener una cultura musical de primera, y encima tenía olfato para detectar los éxitos, buen gusto y una gran memoria. Ya hacía libros de 500 páginas, y sabía mucho de música, entonces, ¿por qué no juntar ambas cosas y escribir de música? Así me di a conocer poco a poco, primero en El Gran Musical, el programa n.o 1 de la radio en España, después en Radio Barcelona, donde formé un grupo de gente joven que entrevistábamos a los artistas que tocaban en vivo en Musical Beat. Cuando la SER creó la revista El Gran Musical fui corresponsal en Barcelona. Trabajaba, estudiaba, era corresponsal, iba a Radio Barcelona… En un año todo cambió, en mayo del 70 Disco Express me nombró director en Barcelona del semanario. Yo lo transformé, cree los grandes reportajes de rock, las famosas páginas centrales de Disco Express. En 1973 también cofundé Popular 1, luego otras dos, Top Magazine y Extra. Fui comentarista en lo mejor de la Historia del Rock, el periodo 69-73. Pero en 1976 «me cansé» de viajar con las estrellas, de ir en Concorde, en helicópteros y limusinas y dormir en hoteles de lujo. Me di cuenta de que esa no era la vida del escritor que quería ser. Era fantástico, sí, pero necesitaba romper con todo. Quería conocer Asia, África, patearme América Latina… En una palabra, que- ría que «me pasaran cosas», necesitaba explorarme a mí mismo como ser humano para poder transmitirlo luego todo en mis novelas. Por eso en pleno éxito renuncié. Lo curioso es que han pasado todos estos años y la gente aún me recuerda, conserva aquellos Disco Express, me tiene todavía en la memoria rockera de este país. Bueno, fue un tiempo glorioso, estuve ahí, lo disfruté, pero no lo miro con nostalgia. Simplemente pasó. Yo decidí mi destino, como siempre he hecho.
Dices que en la vida hay que asumir riesgos siempre.
En 1971, con 23 años, acabadas mis prorrogas de estudios, me iba a Sidi Ifni a cumplir el servicio militar durante dos años. No quise. No soporto las armas ni los uniformes. Y no había objeción de conciencia entonces. Me la jugué, soborné a un militar, pude haber acabado en un calabozo… pero me salió bien. Aquel año me casé, mi hija nació en enero del 72 pero «la hicimos» en el 71, empecé a escribir mi primer libro, la Historia de la música pop… Fue el año decisivo. Nada hubiera sido igual sin aquel riesgo, si me hubiera ido a África. Desde entonces nunca he tenido miedo de jugármela. Con miedo no se avanza. Mejor darte golpes que vivir entre algodones.
Hago novelas, cuento historias. Si hiciera un libro «dirigido», «pensado» para un fin que no fuera entretener y hacerlo desde mi libertad, sería un mercenario, y para mí escribir es otra cosa, siempre lo ha sido. Creo que soy el último romántico de mi generación.
Todo esto lo cuentas en el cómic sobre tu vida, El largo y tortuoso camino, que ha editado Norma Comics. ¿Cómo sienta verte a ti mismo con- vertido en un dibujo?
Es algo muy curioso. Una forma diferente de contar tu vida, con imágenes, como si fuera una película, no una novela. El comic cuenta mi historia has- ta que publico mi primer libro a los 25 años, pero luego hay un epílogo de tres años más hasta la muerte de mi padre, la persona más importante de la prime- ra parte de mi vida. Tuve que leer los diarios de mi adolescencia, recordar aquellos años difíciles en los que un niño perseguía un sueño completamente solo. No fue fácil, pero estoy orgullo- so de que nadie pudiera conmigo. Cada cual tiene el destino en sus manos. Si no crees en ti, nadie lo hará. Estamos solos frente al mundo.
Este año 2022 has publicado varios libros conmemorativos.
En plan celebración, sí. El de fotos, Imágenes de rock, resume un poco, visualmente, mi vida como comentarista musical. La Antología poética es un compendio de lo que he hecho en este campo que mucha gente desconoce. La autobiografía Un escritor en Hollywood habla del periodo 79-85 y cuenta cómo me convertí en escritor de LIJ tras la crisis del 84, cómo descubrí la verdad sobre la vida de mi padre… Fueron mu- chas cosas juntas en muy poco tiempo. Aquel viaje de marzo de 1985 a Holly- wood para vender un guion de cine fue la clave. No pasó nada, no tuve ninguna epifanía, pero al volver todo fue distin- to. Lo cuento casi en forma de novela y en el fondo es divertido. Imagínate un españolito de medio pelo en la meca del cine hablando con las grandes compa- ñías. Nada que ver con el mundo del rock, que conocía bien. Aquello era muy distinto. Ah, también he reeditado dos libros a los que tengo mucho cari- ño, mi método La página escrita y mi ensayo La utopía posible. Yo me defino como utópico posibilista.
¿Qué pensaste cuando te dieron, con seis meses de diferencia, la Me- dalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y la Creu de Sant Jordi?
Le pregunté a mi mujer si me iba a morir y no lo sabía. Son los dos máximos reconocimientos culturales de España y de Catalunya. Que me las concedieran tan seguidas… Soy una persona discreta, no voy a tertulias televisivas, no hago declaraciones grandilocuentes, no tengo redes sociales, no pertenezco a ningún partido político ni estoy en ninguna camarilla de poder. Uno piensa que al no hacer ruido, nadie se acuerda de él. Me llevé una sorpresa. Lo curioso es que en ambos casos fui el único escritor de los galardonados ese año. Eso sí da que pensar.
¿Por qué no tienes redes sociales?
Las tiene la Fundación Sierra i Fabra, pero yo individualmente no. Para mí es ruido, y el ruido es el enemigo de la soledad del artista. Cuando se empezó a hablar de globalización, yo dije que eso sería un genocidio cultural. La cultura no puede globalizarse, porque entonces pasa lo que pasa: que todos vemos las mismas películas (americanas, por su- puesto) o hablamos el mismo idioma (el inglés, naturalmente). Con las redes sociales pensé lo mismo. Se habló de «democracia», de «dar voz a los que no la tienen». Veamos, no todo el mundo merece o necesita una voz cuando la emplea para insultar o estar todos los días «conectado» para opinar de todo, le ataña o no. Lo bueno de cada cosa se pervierte a la larga y lo pervertido acaba siendo superior a lo bueno. Twitter es un pozo sin fin de odio, Instagram lo es del narcisismo de algunos. ¿Qué me importa a mí que Fulanita esté en el Caribe mientras yo paso frío en enero? ¿Y encima le doy a un «me gusta»? Aborrezco los comentarios de los me- dios cuando dicen «las redes estallan por el último posado de Tal» o «las redes arden por las palabras de Cual». Estar ahí es volverse loco. La vida es demasiado corta para perder el tiempo con chorradas. En mi Fundación les pido que solo informen de lo que interesa de mis libros o mi vida profesional.
¿Qué destacarías de esos cincuenta años de vida profesional?
Las varias ocasiones en que pude haber cambiado, los cantos de sirena que no quise escuchar. Una vez me pusieron un cheque en blanco para que aceptara trabajar en una empresa de revistas. Yo ya ganaba como free lance más de un millón de pesetas al mes. Podía haber puesto la cifra que quisiera, y dije que no. En otra ocasión mi amigo Mariano Nadal me dijo que compraría la revista Fotogramas si me encargaba yo de ella. ¡Me regalaba Fotogramas para dirigirla a mi antojo! También le dije que no. Cuando uno logra su completa independencia, no hay dinero en el mundo que pueda comprarte. Ni dinero ni poder.
Háblanos de tus fundaciones.
No hay mucho que decir: están ahí, el trabajo hecho está ahí. Lástima que lado tan pequeños, merecimos el Premio Ibby-Asahi de promoción de la lectura en 2010, el más importante del mundo, y la Medalla de Honor de Barcelona en 2015.
Además, el Premio Literario Jordi Sierra i Fabra va por la edición 18, la revista www.lapaginaescrita.com lleva diez años…
El premio ha ayudado a dar a cono- cer a un montón de nuevos escritores. Los ganadores de los primeros años ya son gente consagrada, Arturo Padi- lla, Jara Santamaría, África Vázquez, Alba Quintas, Lorena Moreno…Y sigue habiendo nuevas hornadas. La revista es un medio para enseñar a escribir y cuenta con dos pilares esenciales, la directora Hortensia Galí y el director de arte Alberto Monterde. Ellos son los artífices de que cada tres meses llegue de manera gratuita a todo el mundo de habla hispana.
Tienes obras emblemáticas en distintos géneros, … en un lugar llamado Tierra en ciencia ficción, tu personaje Miquel Mascarell en novela policiaca…
Pero cuando escribí esos libros no tenía ni idea de que sería así. … en un lugar llamado Tierra es de 1982 y fue un referente de la ciencia ficción española. Todavía hoy mucha gente se sorprende de lo que digo en ella, cuarenta años antes del mundo tecnológico de hoy. Lo mismo pasó con Miquel Mascarell. Hice una novela y tuvo tanto éxito que la gente me pidió más, y más, y ya es- toy planificando la número 15. También sucedió con Campos de fresas. Uno escribe libros, no best sellers. Son los lectores y el tiempo los que luego lo dimensionalizan todo.
Escribiste Kafka y la muñeca viajera en cuatro días, Campos de fresas en siete…
Ray Bradbury decía que cuanto más escribes, más sabes escribir, y algo más: que en la rapidez está la verdad, la honestidad. Yo sigo estas máximas. De to- das formas «escribir» es la parte final del proceso. Pensar es lo más importante. Pensar y planificar. Y ese tiempo no se cuantifica. ¿Y los cuatro años que estuve dándole vueltas a Campos de fresas o los dos que empleé en documentarme para El gran sueño?
¿Cuántos libros puedes tener en la cabeza al mismo tiempo?
Muchos, veinte, treinta; son como archivos que, poco a poco, van creciendo. Un artículo que recorto aquí, un documental que grabo allá, un viaje de documentación, una charla con alguien que te aporta información, y cada archivo aumenta hasta que está lleno. Toca ordenarlo y darle forma. Entonces hago el guion previo, juntando las piezas. Con el guion terminado puedo escribirlo cuando quiera, ya mismo o dentro de seis meses o un año. No hay prisa.
¿Por qué tu manía de anotar cada día lo que escribes?
Ni idea. Viene de la niñez. Ya le po- nía fecha a los dibujos con ocho años. Luego a los libros que escribía, cuando lo empezaba, cuando lo terminaba, y después las páginas diarias al convertirme en escritor. Tengo toda mi vida y mi obra documentadas. Creo que es algo único. Pero me ha ido muy bien a la hora de hacer mis memorias o hablar de cómo, cuándo y por qué hice cada libro. Los historiadores no tendrán ningún problema conmigo ni tendrán que interpretar nada a su bola.
Siempre dices que no tienes un libro favorito, que son tus hijos, pero alguno habrá que sea especial, ¿no?
Lo que siento al escribir cada libro es único e irrepetible. Pero si tuviera que destacar una novela de los últimos diez años… vale, de acuerdo, sería Las palabras heridas. En este libro está todo, desde mi amor por la palabra escrita hasta mi odio a la violencia o el autoritarismo pasando por mi rechazo de la censura, el gran freno de todo arte actual.
Los números de Jordi Sierra i Fabra son muy redondos este 2022: ha cumplido 75 años de edad, hace 50 de la edición de su primer libro, 25 de la aparición de su novela más vendida… Pero lo importante es pensar en seguir. Quizá hasta los 100. Pocos artistas dejaran una huella más extensa e intensa a lo largo de su vida.