«La tarea como humanos (animales sociales) de los jóvenes, es forjar relaciones profundas y a largo plazo.
Si no se consigue sobreviene la sensación de aislamiento y desconexión, lo que provoca que sea más difícil afrontar los retos correspondientes en etapas posteriores» (La generación App. Howard Gardner y Katie Davis).
Nomofobia, phubing, sexting o hikkimori son algunos de los vocablos derivados de la incorporación de expresiones fundamentadas en la red y su uso. El primero de ellos, nomofobia (la nueva incorporación a toda una serie de adicciones que no parecen tener fin) es el miedo irracional a no llevar el móvil encima. En 2016 afectaba a 6 de cada 100 personas, los datos a día de hoy, que desconozco, imagino se habrán triplica- do. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 46% de los niños de entre 11 y 14 años tienen un teléfono móvil. Utilizar un smartphone se ha convertido en algo normal y, por tanto, son pocas las personas conscientes de que existe un riesgo de sufrir verdadera adicción. Entre los jóvenes de 18 y 24 años, el porcentaje que admite ser dependiente de su smartphone aumenta anualmente.
El pasado año las encuestas daban una cifra aterradora: el 45% de los jóvenes encuestados ya se consideraba adicto. En 2015 el 21% estaba en riesgo, el 1,5% ya estaba enganchado de manera grave a los móviles y tabletas. No deberían extrañarnos esas cifras, ya que el Ministerio de Sanidad ha incluido, por primera vez el pasado año 2018, las adicciones a las nuevas tecnologías en el Plan Nacional de Adicciones. Un tras- torno que se manifiesta en cam- bios abruptos de comportamiento, agresividad, malos modos, ansiedad y angustia o falta de apetito.
El intercambio de mensajes de contenido sexual (fotografías, textos o vídeos) a través de los dispositivos digitales se ha denominado sexting, un nuevo anglicismo forma- do de la contracción de los términos sex y testing, en referencia al intercambio personal de textos o imáge- nes de contenido sexual, que se ha generalizado rápidamente entre adolescentes y en menor medida entre los más pequeños.
El acrónimo fomo (fear of missing out) define el miedo, moderno e irra- cional, a perderse lo que está pasando, el miedo a quedar excluido si no se responde a un mensaje en menos de treinta segundos. Phubbing, for- mado a partir de phone y snubbing, teléfono y desprecio respectivamente (de nuevo palabras anglosajonas), expresa el rechazo que sufre alguien al que no se le presta atención por estar pendientes del teléfono móvil. La palabra vamping hace referencia al hecho de utilizar las nuevas tecno- logías durante la noche, anulando las horas de descanso que todo ser huma- no necesita. Por último, el término hikkimori es la relación más extrema con el uso de las nuevas tecnologías y consiste en la reclusión de los jóve- nes en sus casas, un hecho que se da en los países altamente desarrollados como Japón, y que dan por completo la espalda al mundo real para sumer- girse en el mundo digital.
¿Sólo los jóvenes?
«Internet y las redes sociales pose- en un marcado componente social que entronca directamente con nues- tra condición de mujeres y de hom- bres. Poner el foco en los adolescen- tes sería una torpeza, ya que orientaría la búsqueda de soluciones hacia planteamientos estériles. Demonizar a los jóvenes sería tan absurdo como demonizar el propio avance tecnológico» (Entre selfies y whatsapps. Oportunidades y riesgos para la infancia y la adolescencia conectada, Estefanía Jiménez, Maia- len Garmendia y Miguel Ángel Casa- do, coords. Barcelona: Gedisa, 2018).
Y sin embargo se hacen ambas cosas: demonizar a los jóvenes y a las nuevas tecnologías. Intolerancia, egoísmo, aislamiento, individualis- mo, egocentrismo, falta de empatía, éstas son algunas de las calif icacio- nes que se vierten sobre la adolescen- cia actual, a la que se recrimina su falta de interés por algo que no sea su entorno cercano, su maravilloso mun- do de influencers y youtubers. Sin caer en la indulgencia, yo creo que lo que pretendemos es que los chavales se comporten con una madurez, un criterio propio y una claridad de ideas que pocos adultos, seamos sin- ceros, poseen.
Queremos, por un lado, controlar los desmanes, pero al mismo tiem- po los provocamos al bombardearlos utilizando como excusa el derecho de acceso a la información, pero obvian- do lo terriblemente peligroso que resulta ofrecer herramientas, ni siquiera utilizadas con mesura por la gran mayoría de los adultos, a los que están en pleno proceso de creci- miento.
La auténtica realidad de las NT tie- ne poco que ver con el derecho fun- damental a la libertad de expresión, y sí, en cambio, con un falso mundo libre del que ni siquiera los adultos escapan. En este mundo «mágico» todo es posible. Todo cabe, tras las pantallas, sean éstas pequeñas o gran- des: cine, series, compras, sexo, música, personas, vida… ¿vida?
Ante este desangelado panorama, no sólo va a ser necesaria una cierta capacidad intelectual para desenvol- verse con acierto en ese mundo digi- tal, sino también, quizá lo más impor- tante, una madurez emocional que a los jóvenes de hoy les falta. La culpa no es sólo suya, evidentemente, aun- que sí se les puede reprochar, no ya una inaudita incapacidad de empatía, responsabilidad, o madurez, sino una ignorancia profundamente infantil que les impide discernir lo que es real de lo que no lo es. Parece sencillo, ¿no? Pero ¿de verdad lo es?
«De alguna manera la sociedad y el sistema econó- mico en particular, más que desincentivar, anima a sus miembros a ciertos compor- tamientos irresponsables e irracionales, pues son estos comportamientos los que garantizan el mantenimiento de una demanda de consumo tan elevada como se necesita para la perpetuación del sis- tema económico.» De todas estas tendencias no están libres tampoco las generaciones más jóvenes. El mundo que hoy habitan niños y adolescentes está poblado de mensajes cortos, programas informáticos, co- municaciones instantáneas e ídolos globales, en un con- texto en el que la diversión continua e instantánea pare- ce ser el objetivo que debe conseguirse, el patrón de comportamiento dominante» (Nacidos digitales: una generación frente a las pan- tallas, Xavier Bringué Sala y Charo Sádaba Chalezquer, Madrid: Ediciones Rialp, 2009).
Las cifras mandan, en todos los sentidos. Veamos algunas muy signi- f icativas del Informe sobre medición de la sociedad de la información. Resumen analítico 2018 (Unión Internacional de Telecomunicaciones, Ginebra, Suiza)
A finales de 2018, el 51,2% de las personas, es decir, 3.900 millones, utilizaban internet.
El número de abonados a la telefo- nía móvil ya es mayor que el de la población mundial.
El crecimiento del número de abo- nados activos a la banda ancha móvil ha sido mucho mayor, con tasas de penetración que han pasado de 4,0 abonados por cada 100 habitantes en 2007 a 69,3 en 2018.
En 2018 casi el 60% de los hogares contaban con acceso a internet en el hogar.
El sector de las telecomunicaciones desempeña un papel importante en la economía mundial, ya que los ingresos mundiales del mercado minorista de las telecomunicaciones ascendie- ron a 1,7 billones USD en 2016, lo que representa el 2,3% del PIB mundial…
Las NT y Don Dinero
Podría seguir dando datos «relevan- tes», pero creo que el objetivo ya está conseguido: poner de manif iesto que las NT, no sólo han venido para que- darse, sino que además son un mag- níf ico y rentable negocio. Será cosa mía pero… ¿Quizá hayan venido para quedarse porque, precisamente, son un magníf ico y rentable negocio?
Nuestra necia sociedad se echa las manos a la cabeza, indignada, cada vez que se dan las cifras de jóvenes enganchados a las nuevas tecnolo- gías, las estadísticas de ciberacoso, a la vez que se esconden las de suici- dios. Todo se olvida cuando intervie- ne poderoso Don Dinero ¿Acaso esta sociedad no se da cuenta de que este sistema económico, apoyado en las NT, que fomenta la inmediatez, la superficialidad, la conexión perma- nente y la publicidad continua nos vuelve más parecidos y un poquito menos nosotros mismos?
No, no es cuestión de demonizar las NT como si surgiesen del profun- do Averno, rotundamente no. El peli- gro no son ellas (conste que yo no soy muy partidaria, al menos no para todo y en todo momento, como nos están empezando a querer vender), el peligro es no tener adolescentes emocionalmente preparados, educa- dos para la vida, la empatía, ética y moralmente responsables de sus actos, jóvenes capaces de asumir la culpa, si es que ésta existiera, y no endosársela siempre a otro: a los padres, los profesores, el colegio, los amigos, la sociedad… siempre a los otros. Adolescentes que no se crean el ombligo del mundo, cons- cientes de que éste no gira alrededor de ellos, aunque a veces lo pueda parecer.
En este punto de culpas, reproches, responsabilidades, vuelvo a hacer hincapié en las imágenes que reciben, la frivolidad con la que los adultos utilizan esas mismas herramientas, la sobreexposición de noticias, vidas ajenas, modelos, referentes superf i- ciales… Sus músicos favoritos junto a sus padres, profesores, amigos, todos y cada uno de ellos en sus res- pectivas cuentas de Instragram, Face- book, Twitter… ¿Con qué superio- ridad moral les pedimos cuentas de lo que hacen? Pero sobre todo ¿Con qué superioridad moral les pedimos que no hagan lo que ven dia- riamente que hace todo el mundo?
Propuestas de Literatura Juvenil
Existen magníficos títulos de literatura juvenil que han tratado el tema de los peligros de las NT, y que ponen de manif iesto todo lo mencionado anteriormente. Sería buena su lectura por parte de los adolescentes, precisamente en ese crítico momento en el que dejan de leer, los 15/16 años, porque ya nadie está encima de ellos para obligarlos a hacerlo. (Recomiendo la lectura del artículo «Mejor el móvil que un libro: así muere la lectura a los 15», aparecido en El País el 27 de enero de este mis- mo año.)
Convendría que llegaran a estas lecturas, no obligados, motivados por la curiosidad de saber qué se cuece tras esas terroríficas y frías cifras de ciberacoso, pederastia, adicción o suicidios. Historias, en definitiva, de jóvenes, como ellos, a menudo per- didos entre la infancia y la incipien- te madurez que llega, al menos eso creen algunos, a golpe de like.
De las siempre conflictivas relacio- nes con los padres, cambios de com- portamiento, mentiras y falsos perfi- les en las redes nos habla Nick. Una historia de redes y mentiras (Inma Chacón, Barcelona: La Galera, 2011):
«—¡Tú flipas!
»—No seas impertinente. ¿Te parecerá bonito hablarle así a tu madre?
»—¡Precioso!
»—A que termino dándote un tortazo.
—A que no.»
Quedarse sin ordenador es algo impensable para un adolescente, es sentirse perdido, alejado de su mun- do, aislado de sus amigos, de los ami- gos de sus amigos. Jamás perdonarán algo así, y sin embargo hay padres que se ven obligados a imponer este castigo cuando, a menudo, la situa- ción ya se les ha ido de las manos. En este mismo libro, una madre desespe- rada se declara incapaz de controlar a su hija si no es a base de discusiones, castigos, amenazas…
«¿Se puede odiar a un hijo mientras se le quiere con toda el alma y se le teme al mismo tiempo?»
Duras palabras, pero mucho más comunes de lo que nos gustaría admitir. Al fin y al cabo son niños, por muy lista que sea una niña (es el caso de Dafne, la protagonista) de doce años, no deja de ser eso, una niña. Por muy valiente, egoísta, o impertinente que sea, cuando esa niña se cree en posesión de la verdad, dueña de su vida y libre para enfrentarse al mun- do que ella cree real, se topa con que, precisamente, esa realidad no es como ella suponía, y la desborda.
«—Ya soy mayor, mamá, sé muy bien cuáles son los peligros de internet.
»—Dentro de unos años entenderás nuestro modo de actuar.
»—Creo que no lo enten- deré nunca.»
Ésta es una conversación de Menti- ra (Care Santos, Barcelona, Edebé, 2015), pero bien podría estar dándose en estos momentos en cualquier hogar de España, y del mundo. Los adolescentes parecen, parecemos (no olvidemos que todos hemos pasado por esa fatídica etapa) saberlo todo, quererlo todo. La inmediatez es la filosofía de vida del adolescente. Hay prisa por vivir, no sea que suceda algo que impida disfrutar… Rápido, rápido, lo quiero ya. Una petición que en estos momentos la tienen a golpe de clic.
Una inmediatez que resulta exce- lente para el marketing pero que favo- rece la vulnerabilidad ante el acoso. Siempre dispuestos, siempre conec- tados, lo están para todo el mundo, ya sean amigos… o enemigos. Ene- migos que pueden ser reales o virtua- les, siendo estos últimos tomados, a veces, como un juego, un aliciente más.
En 1999, antes del boom de inter- net, las redes sociales, en el Pleis- toceno del mundo digital, Bruño edi- tó El ordenador asesino (Christian Grenier), en cuyas páginas se recrean escenas de ensimismamiento y anula- ción de la voluntad, frente a una pan- talla de ordenador. Qué triste que, a pesar de ser un riesgo anunciado, no se haya podido hacer nada por evitarlo:
«Logicielle respiró hondo. A pesar del fresco que hacía gracias al climatizador, grue- sas gotas de sudor le caían por la frente. Su apartamen- to, con las cortinas cerradas, estaba sumido en la penum- bra. No se f iltraba un solo ruido de la calle, todavía desierta a aquella hora. No se oía más que el ronroneo tranquilizador y regular del climatizador […], dio un gri- to, se sobresaltó y cerró los ojos. Cuando volvió a abrir- los, casi se sorprendió al vol- ver a encontrarse sola en su apartamento, sentada frente al OMNIA 3 […], se sobre- saltó. Sola, muda, perpleja… se encontraba frente al OMNIA 3. Eran las dos de la madrugada».
Precisamente en Valkiria. Game over (David Lozano, Madrid: SM, 2016) se habla de la adicción a los videojuegos, como una enfermedad que pone de manif iesto la vulnerabi- lidad de los jóvenes, o de algunos de ellos, quizá los más sensibles, los más inseguros, siendo éstos los más pro- pensos a evadirse de un mundo que no les hace ninguna gracia:
«En la red no hay noches, ni días, ni horarios. Valkiria no duerme, va construyendo alrededor una soledad tóxica que termina por ahogarte, te aparta del mundo, te trans- forma en un desconocido. En una víctima vulnerable.» Las redes nos hacen muy vulnerables. Vendemos nues- tra libertad a un precio ri- dículo, y solo nos damos cuenta cuando es demasiado tarde».
Errores, mentiras, secretos, amor, sexo, venganza, elementos que for- man parte de la tragedia griega, de la tragedia de la vida. Todos ellos requieren de la toma de decisiones que, en un momento dado pueden ser malas, terribles decisiones, y éstas tienen un precio que, a veces, es demasiado alto de pagar.
«Vivimos creyendo en una seguridad que no existe. Nos engañamos. Hoy lo tienes todo y mañana… mañana alguien te lo arrebata y ni siquiera sabes por qué.»
El corazón de Júpiter (Ledicia Cos- tas, Madrid: Anaya, 2018) es una his- toria tan estremecedora, que difícil- mente puede olvidarse, incluso es posible que alguien sepa de un caso similar cercano, hayan visto algo en la televisión o el cine. Cómo si de una campaña de la DGT, y sus imágenes de gran crudeza, se tratara, este libro hace meditar sobre la necesidad de poner límites a la utilización del mun- do digital, del ciberespacio.
No estoy muy segura de si la crea- ción de spots tremendamente realis- tas (los responsables de la Dirección General de Tráfico son muy partida- rios) o novelas igualmente duras en su relato, ayudarán a los adolescentes a pensar más en las decisiones que tomen, pues lo cierto es que los seres humanos siempre creemos que «eso no me va a pasar a mí», pero si algún granito de arena aportan, bienvenidos sean los unos y los otros.
Este libro habla de aislamiento, inseguridad, y distanciamiento con los padres, lo típico, vaya. Cuenta la historia de Isla (un nombre perfecto para alguien que se siente tan aisla- do), una adolescente que cambia de ciudad y debe empezar de cero en un nuevo instituto. Para compensar este revés del destino (otra vez el ombligo del mundo) utiliza su telescopio, con el que se sumerge en los recónditos misterios del universo (una clara refe- rencia a cómo el adolescente se cen- tra, a menudo, en un mundo lejano a su familia, pero sobre todo a él mis- mo). Casiopea, el nombre de la tortu- ga mágica de Momo, es el nick que utiliza en los foros sobre astronomía en los que suele participar. En uno de ellos conoció a Júpiter, alguien que parecía saber mucho sobre las estre- llas, y con el que mantiene largas conversaciones hasta bien entrada la madrugada. Él es su único consuelo. Entre los dos existe una magia que traspasa las fronteras del ciberespa- cio. Mar, su única nueva amiga, no se fía, y hace bien en no hacerlo; las cosas en el mundo digital son muy diferentes del mundo real, y una men- tira en aquél puede tener graves con- secuencias en éste.
Es ésta una historia previsible, sí, en la que cada paso lleva a otro que se prevé fatal, pero… pero llegamos al desenlace, y es tan sorprendente, des- garrador, y angustioso, que te deja el alma hecha añicos. Merece la pena leerlo, sin duda alguna.
«… la identidad de los jóvenes está cada vez más prefabricada. Se desarrolla y se presenta de modo que transmita una imagen desea- ble, deformada positivamen- te. Esta prefabricación aleja el foco de atención de la vida interior, de los conflictos o las dif icultades, de la refle- xión pausada y la planif ica- ción personal» (op. cit.).
Deberíamos recordarles con más frecuencia que, en ese mundo ideal, tienen que estar bien preparados para asumir lo que venga después, prepa- rados para asumir las mentiras de ese «mundo idílico», porque tarde o temprano la realidad, la verdad, verá la luz. Deberíamos recordarles que es necesario pensar antes de actuar, sopesando las posibles consecuencias de un modo de actuar inmaduro, e irreflexivo.
«Al final se dio cuenta de que el mal que había hecho era demasiado grande como para que todos los que la conocían lo olvidasen. Y era muy duro vivir sabiendo que cuando la mirasen tendrían esa otra imagen en su cabe- za. ¿Podría vivir con ello?»
La protagonista de Bajo el para- guas azul (Elena Martínez Blanco. Nowevolution, 2015) aprende, de una manera cruel, que para huir de una realidad que no le gusta, no sirve gran cosa tomar decisiones cuyas conse- cuencias no va a poder controlar.
«Compartir imágenes. ¿Qué hay de malo en ello? […] Le daba miedo a dónde podía ir a parar la foto, pero acabó cediendo […]. Total, Sergio era su novio. ¿Qué podía salir mal?»
Evidentemente todos sabemos que hay muchas cosas que pueden salir mal, sólo desde la más absoluta in- genuidad se puede ignorar esa pro- babilidad. No todos los adolescentes son tan ingenuos, los hay más segu- ros, mas «sobraos», incluso más crueles, ésos son los que se aprove- chan de los que no lo son tanto. Siem- pre los ha habido, y siempre los habrá, es condición del ser humano. ¿Se puede evitar la crueldad? No, seguramente no, pero se puede edu- car para saberla gestionar de modo más maduro. Y en esto tiene mucho que ver la autoestima.
Qué importante es decirles a las personas cosas positivas para «reaf ir- mar el carácter». La adolescencia es un momento de incertidumbre, en general, pero al parecer los adoles- centes son cada vez más inseguros, ¿Culpa de la sociedad? ¿De los modelos de referencia? ¿De la vio- lencia de un mundo tan hostil frente al diferente? ¿Cómo pretende arre- glar, una sociedad como la nuestra, los problemas de los adolescentes que ella misma genera? Es de locos… Aún peor, de necios.
Hagámosles saber que nos impor- tan, ofreciéndoles las herramientas necesarias para que elijan, sin condi- cionamientos, entre un futuro tecno- lógico y otro más humano, sí que uti- lizalasNT.Ysobretodocontémosles que siempre tendrán nuestro apoyo, siempre, siempre, aunque ellos no lo perciban.
«— Siempre hay alguien que puede ayudarte
»—Quizá siempre haya alguien, pero no siempre eres capaz de verlo» (op. cit.).
Ésa es la labor de los adultos, con- seguir que sean capaces de pedir ayu- da porque son conscientes de que la necesitan, pero también porque son conscientes de que existe. No vale con echar balones fuera desde uno u otro lado.
«—¿Qué clase de moral te hemos enseñado todos estos años para que, no sólo com- partas fotos eróticas, sino que además lo haces con alguien que tiene novia?
»—¿Eso es todo lo que te preocupa, mamá? ¿Qué dirán los vecinos? ¿Te has molestado en preguntarte cómo me siento yo? ¿Cómo es posible que tu hija, tu dul- ce hija, haga lo que ha hecho? […] Estáis tan preo- cupados por vosotros mismos que es como si yo hubiese dejado de existir» (op. cit.).
Quizá lo único que necesitamos todos es tiempo, tiempo para asimilar esta vida que nos sobrepasa, que ya hemos dejado de controlar, si es que alguna vez lo hicimos. Nadie ha dicho nunca que la vida fuera justa, no lo es, pero es la que nos ha tocado vivir. El tiempo, que pone a todo el mundo en su sitio, es muy sabio, y con su discurrir descubrimos que la infancia, la adolescencia no fue esa épocaterriblequenosparecióenton- ces, que nuestros padres no fueron aquellos seres inhumanos cuya única meta era destrozarnos la vida…
«Hacía meses que no sen- tía aquel calorcito, aquella sensación de que su madre podría solucionar cualquier cosa que le ocurriese, aque- lla seguridad que le daban sus manos» (Nick. Una his- toria de redes y mentiras, Inma Chacón, Barcelona: La Galera, 2011).
A menudo descubrimos y valora- mos las cosas cuando ya no las tene- mos, una lástima. Es evidente que los seres humanos no somos capaces de gestionar nuestro mayor tesoro, la li- bertad, como lo que es: un privilegio.
Termino con las palabras de Rosa Montero (El País Semanal, 18 de febrero de 2019, «El mejor despre- cio») que, ni caídas del cielo. Pueden ser el colofón más acertado. «Debería haber una asignatura en los colegios que enseñara a los niños desde pequeñitos un código ético y práctico para manejarse en internet».
*Choni Fernández Villaseñor es escritora.