Precedentes
Durante la II República Española, entre 1931 y 1936, el Patronato de Misiones Pedagógicas protagonizó el primer gran intento de llevar la cultura a todos los grupos sociales y a todas las colectividades independientemente de su lugar de residencia.
En un país con unas altas cotas de analfabetismo y una gran desigualdad en el acceso a la educación y la cultura, la Misiones Pedagógicas pusieron en prácti- ca el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza que con- templaba la educación como el gran instrumento para la regeneración del país. Aunque también se atendieron otras facetas culturales, el grueso de su actividad y de sus recursos lo constituyó la ins- tauración de bibliotecas, de las que se crearon más de 5.000 en las localidades más pequeñas y aisladas, con preferencia de las comprendidas entre los 200 y los 50 habitantes. Se trataba de lotes circulantes que iban rotando entre las distintas poblacio- nes con cierta periodicidad, en las que su gestión recaía en manos de voluntarios.
También se desarrollaron otras actividades de extensión cul- tural relacionadas con la música, el teatro, el cine, el arte… como la conocida iniciativa itinerante La Barraca.
Todas estas campañas no dejaron de ser encomiables y muy necesarias en una España también con una fuerte hambruna cultural, y coincidieron con el bibliobús en sus objetivos pero no así en la metodología, especialmente en la ausencia en el terreno de profesionales bibliotecarios que gestionaran debi- damente las colecciones, que las promovieran entre los lecto- res, y que dirigieran con su consejo y recomendación la lectu- ra de las clases populares.
Es cierto que al frente del Servicio de Bibliotecas se encon- traban bibliotecarios de la talla de María Moliner y Juan Vicens de la Llave, y que tuvieron un aluvión de solicitudes como respuesta, pero la corta vida de las Misiones (cinco años) impi- dió continuar con su desarrollo, quién sabe si hacia la sistematización y profe- sionalización de sus servicios.
El Bibliobús del Frente
En 1938, la Generalitat de Cataluña fletó un bibliobús para acercar la lectura a los soldados de la zona que combatían en la Guerra Civil Española, con el fin de elevar su ánimo y de espantar el tedio y el aburrimiento en los momentos sin lucha.
Por primera vez en España se pone en práctica un servicio móvil de biblioteca con los elementos básicos con que hoy los identificamos, es decir, contaba con bibliotecarias profesionales tanto en la atención directa de los soldados como en los trabajos previos y necesarios para su correcto funcionamiento en la central de la que dependía; también contó con unas rutas prediseñadas y una periodicidad en su recorrido.
Trabajaron en este bibliobús bibliote- carias insignes como María Filipa Espa- ñol, Aurora Díaz Plaja, o Conxa Gaurro, entre otras.
En seis meses pusieron en manos de los soldados más de quince mil libros, repartidos en 247 unidades militares y hospitales.
De nuevo, la propia guerra acabaría con la labor del bibliobús en 1939, ante el avance de las tropas fascistas, que ocu- paron la región catalana y desmantelaron todo lo que se oponía a su ideario.
El último servicio de nuestro bibliobús lo constituyó facilitar la huida de rele- vantes intelectuales catalanes y sus fami- lias hacia el exilio en Francia. Esta vez portaba y preservaba una auténtica biblioteca viva, los propios autores que con sus obras venían y seguirían nutrien- do el pensamiento, el conocimiento y las emociones de muchos lectores.
Mercè Rodoreda, Antoni Rovira i Vir- gili o Pompeu Fabra, entre otros, busca- ron su nuevo destino atravesando la fron- tera guiados al volante por Pere Quart, pseudónimo del gran poeta y dramaturgo Joan Oliver i Sallarès. Muy acertada- mente, uno de los dos bibliobuses de la provincia de Lleida recibe su nombre hoy en su honor.
Los Bibliobuses de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas
Con los brutales síntomas de la pos- guerra como contexto, la autarquía eco- nómica y el aislamiento político, la dic- tadura de Franco comienza un leve aperturismo en 1951 con el fin de nor- malizar su régimen tanto en el interior como en el exterior.
Ese mismo año consigue reconoci- mientos tan estimados como el de Esta- dos Unidos y de la Santa Sede, y dos años después, de la propia ONU.
Con este orden de cosas se nombró al frente del Ministerio de Educación Nacional a Joaquín Ruiz-Giménez, que venía de cerrar el nuevo concordato con el Vaticano. Su talante aperturista desen- cadenó una serie de reformas, que en el caso del mundo bibliotecario, produjeron novedades estructurales como la regla- mentación del Servicio Nacional de Lec- tura, o el nacimiento de entidades básicas como el Servicio Nacional de Informa- ción y Documentación Bibliográfica, el Centro de Estudios Bibliográficos y Documentarios, o las mismas Casas de Cultura, entendidas como centros inte- grales de servicios.
En 1938, la Generalitat de Cataluña fletó un bibliobús para acercar la lectura a los soldados de la zona que combatían en la Guerra Civil Española, con el fin de elevar su ánimo y de espantar el tedio y el aburrimiento en los momentos sin lucha.
En la cúspide de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas se nombró a Francisco Sintes Obrador, cuyo equipo, comandado por Aurora Cuartero, retomó la idea de extender el acceso a la cultura a toda la población, lo que se centralizó en la creación de las «maletas viajeras» y de la construcción y distribución de bibliobuses.
Se quiso partir de cero, diseñando un vehículo novedoso según los modelos extranjeros y las necesidades nacionales. Así se optó por un modelo en forma de remolque para independizarlo de cual- quier avería mecánica, cuya cabeza trac- tora serían todoterrenos.
El primero se inauguró en Madrid en 1953, con capacidad para unos 1.500 ejemplares, que iban acompañados por los útiles precisos para otro tipo de difu- sión cultural, tales como pantalla, pro- yector, tocadiscos…, e incluso un espacio propio para el transporte e intercambio de maletas viajeras.
En esta primera etapa se llegaron a poner en funcionamiento seis, repartidos por algunas de las grandes capitales es- pañolas (Madrid, Zaragoza, Oviedo…), pues se trataba de servicios primeramen- te orientados hacia los extrarradios urba- nos y las concentraciones fabriles.
El entusiasmo por el desarrollo de la nueva empresa fue mucho, según las rei- teradas menciones, artículos y comenta- rios que se incluyeron durante estos años en el Boletín de la Dirección General en su defensa1. Sin embargo, no fue sufi- ciente para aplacar a las corrientes más duras del régimen, que siempre habían mirado con recelo la labor de Ruiz- Giménez y de su equipo. En febrero de 1956 el ministro fue cesado aprovechan- do una revuelta estudiantil, e incluso par- te de su equipo, desprotegido, una tarde llegó a temer por su vida ante unos falan- gistas exaltados.
Con la nueva orientación política, la actividad en torno a los bibliobuses se tornó más lenta y dejó de tener ese carác- ter señero que había mostrado hasta el momento en las publicaciones y actos oficiales del ministerio; sin embargo, la flota siguió creciendo fundamentalmente en torno a la figura de los centros pro- vinciales coordinadores de bibliotecas.
La década de 1970
Los años setenta del siglo XX trajeron dos avances significativos sobre los bi- bliobuses españoles, tales como el cam- bio hacia un nuevo modelo de vehículo ya autopropulsado, y su extensión por el medio rural. Vayamos por partes.
Lo que en principio se entendió como una propuesta para salvar averías y otros imprevistos mecánicos, es decir, consi- derar al bibliobús remolcado como la mejor opción, se convirtió en un fracaso en sí mismo, ya que se atribuyó a varios bibliobuses de una misma sede un único todoterreno, que se pasaba el día de la ceca a la Meca al encuentro de un biblio- bús y otro para dejarlos en las sucesivas paradas donde prestaban servicio. Ade- más, ni qué decir tiene que no era fácil sustituirlo cuando se estropeaba.
1973 fue un año clave en la historia de los bibliobuses españoles, puesto que es cuando se empieza a considerarlos como un instrumento óptimo para la extensión de la lectura a las poblaciones sin biblio- teca pública estable. Justamente fue en este momento cuando por primera vez en Toledo se pusieron en marcha dos biblio- buses y en Barcelona uno para atender al mundo rural. El caso de Toledo es princi- palmente significativo puesto que, de la mano de Julia Méndez Aparicio, directo- ra del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas y de la Biblioteca Pública del Estado, no sólo se perseguía cubrir las def iciencias provinciales en materia bibliotecaria, sino conseguir unas presta- ciones para el cien por cien de la población.
Estos criterios son tan actuales que hoy mismo siguen sin conseguirse plenamen- te. Sin embargo, en Toledo, tras reforzar la flota con dos nuevos bibliobuses, en 1974 se alcanzó el hito de que todos los toledanos, independientemente de su lugar de residencia, tuvieran a su dispo- sición las prestaciones propias de la biblioteca pública.
La década de 1980
Los años ochenta supusieron fuertes cambios que incidirían rotundamente en el desarrollo y en la concepción de los servicios bibliotecarios móviles. Recién aprobada la Constitución de 1978 y la Transición en pleno avance, la sociedad española y su ordenamiento jurídico anunciaban nuevos tiempos, nuevos derechos y nuevos conceptos en los ser- vicios públicos.
La inclusión en el Título I de la Cons- titución, como derechos fundamentales, de la igualdad de los españoles ante la ley2, así como del acceso a la cultura y la obligación de los poderes públicos en facilitarlo3, revistió de la más alta cober- tura legal la labor de los bibliobuses españoles, más allá de la exclusiva justi- ficación de su existencia.
La nueva organización territorial del Estado provocó el traspaso de competen- cias de cultura, entre otras, a las comuni- dades autónomas. Fue el momento en el que se rompió la unidad de acción, habiendo desaparecido el Servicio Nacional de Lectura y dándose paso a las distintas formas de articular los servicios culturales en cada región, de acuerdo a sus respectivos estatutos de autonomía, de los que saldrían como desarrollo has- ta dieciséis leyes de bibliotecas, ya que Canarias aún sigue sin una.
A partir de este momento, el que la Administración estuviera más cerca de sus administrados se valoró positivamen- te en aras de la pertinencia y rapidez de las soluciones a la hora de arreglar los problemas; sin embargo, para los biblio- buses españoles supuso el nacimiento de un variopinto panorama de obligaciones legales y profesionales, de situaciones laborales, de dependencias orgánicas y estructurales, que continúa en nuestros días.
Mientras tanto, del Ministerio de Cul- tura, cada vez más despojado de compe- tencias, arranca una iniciativa para reno- var y aumentar el número de bibliobuses españoles, independientemente de su titularidad, cuyo resultado fue el biblio- bús diseñado por la arquitecta Blanca Lleó, cuya concepción y diseño rompía sustancialmente con todo lo que se cono- cía hasta el momento en España.
En unos tiempos de esperanza e ilu- sión, en los que la Administración tenía que salir a la calle, acercarse al ciudadano, el nuevo bibliobús ofrecía un diseño exterior dinámico y alegre a base de una sucesión ascendente de libros ver- des y azules sobre un fondo blanco, mientras que el interior estaba presidido por un techo de cristal y una gran luneta posterior. Muchas flotas se renovaron y otras nacieron con este nuevo prototipo, que tuvo una vigencia de veinticinco años, e incluso, a día de hoy su diseño exterior sigue luciendo en algunos bibliobuses.
La década de 1990
Si por algo se distinguió esta época fue por la aparición de todos aquellos facto- res que influyeron decisivamente en la profesionalización de los bibliobuses tal como hoy la entendemos.
Un elemento decisivo para ello fueron los planes de bibliobuses, es decir, el conjunto de ítems necesarios para la puesta en marcha de los distintos servi- cios, atendiendo a los tiempos precisos, a los presupuestos necesarios, así como a las necesidades de la población, los medios materiales y las características del propio servicio. Los planes de biblio- buses alejaban la improvisación y la no pertinencia en la creación de nuevos ser- vicios, aseguraban sus recursos, respaldaban su gestión y estimulaban su eva- luación periódica.
El primer plan de bibliobuses español se debió a la Diputación de Barcelona (1995), cuyo resultado fue la actual flota de nueve vehículos. Detrás fueron el plan de Madrid y ya en 2002 el de Castilla-La Mancha.
La integración real de los bibliobuses en los sistemas bibliotecarios a los que territorial y administrativamente pertene- cen fue otro logro decisivo de estos años. Hasta el momento, los servicios móviles no solían ser muy tenidos en cuenta en los organigramas de los que debían for- mar parte. A partir de ahora, van a estar contemplados en los reglamentos inter- nos, incluso en algunas leyes de bibliote- cas, beneficiándose de las campañas del resto de los servicios bibliotecarios, equiparándose sus obligaciones a las de los demás, al tiempo que su personal empezaba a equiparase en condiciones, categorías y formas de acceso al del res- to del sistema bibliotecario.
Un papel fundamental en esta integra- ción fue la informatización de los biblio- buses, que en la mayor parte de los casos se produjo al mismo tiempo que en el resto de los servicios bibliotecarios, con los que empezarían a compartir catálogo, carné único de usuario y procedimientos.
Se quiso partir de cero, diseñando un vehículo novedoso según los modelos extranjeros y las necesidades nacionales. Así se optó por un modelo en forma de remolque para independizarlo de cualquier avería mecánica, cuya cabeza tractora serían todoterrenos.
Otro factor decisivo fue la creación en 1997, por parte del Ministerio de Cultura, del Grupo de Trabajo sobre Bibliobu- ses, cuyo objetivo final fue la redacción de las «Pautas básicas» para su funcionamiento.
El grupo, formado por bibliotecarios de varias comunidades autónomas, estaba presidido por María Antonia Carrato Mena, autora a su vez del estudio que constituyó su punto de partida, y que supuso el primero de esas características en nuestro país: Los bibliobuses en España, 1997.
Para terminar la década mencionaremos el nacimiento en 1998 de la primera Asociación Profesional de Bibliobuses, que en principio se circunscribió a Castilla y León, y que desde 2007, por la envergadura de sus actuaciones y atendiendo a la solicitud de bibliotecarios de otras regiones, tomó rango nacional: Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles (ACLEBIM).
La relevancia de ACLEBIM estriba en haber agrupado a su alrededor a la comunidad profesional de los bibliobuses, ofreciendo el marco para facilitar su conocimiento mutuo y las relaciones entre sus miembros, aspectos que antes no existían.
Asimismo, una vez desaparecido el Grupo de Trabajo del Ministerio en 2001, ACLEBIM quedó como único agente dinamizador de estos servicios con la organización de eventos, la edi- ción de estudios y la defensa de propues- tas. Su primer gran logro fue la publica- ción en 2001 del único manual de bibliobuses que todavía hoy existe en el ámbito hispano, bajo el título La biblioteca móvil.
El siglo XXI
Los años transcurridos de este nuevo siglo, hasta el momento, se vienen caracterizando por la consolidación de la profesionalidad dentro de los bibliobuses, iniciada en la década anterior, así como el crecimiento de estos servicios en el ámbito bibliotecario, el aumento de su visibilidad y la incidencia de la crisis económica.
Hoy en España contamos con 82 bibliobuses, el 38% de los cuales se encuentran en Castilla y León. La provincia española con mayor número de bibliobuses es Madrid con trece, seguida de Barcelona con nueve.
Las distintas iniciativas de ACLEBIM no han podido deshacer las desigualda- des interregionales, sin embargo, sí han puesto al servicio de los bibliobuses ins- trumentos con los que defender los ser- vicios allí donde se encuentren, tales como indicadores de rendimiento, estu- dios sobre la situación del sector, fomen- to de la literatura científica, bibliografía sobre bibliobuses, relaciones con ser- vicios extranjeros, congresos bienales o los Premios ACLEBIM de Bibliotecas Móviles.
A propuesta de ACLEBIM, desde 2016 el ministerio ha aprobado la celebración, el 28 de enero, del Día del Bibliobús en España. Mención aparte merece el Premio Nacional al Fomento de la Lectura 2013, que recibieron todos los bibliobuses españoles, personalizan- do su concesión en ACLEBIM como su representante.
La crisis económica también ha venido incidiendo en los bibliobuses con medidas erróneamente de ajuste, que han supuesto la desaparición del Bibliobús
de Cádiz o el de la Obra Social de Caja Madrid. En el momento de escribir este artículo están «momentáneamente» sin servicio los bibliobuses municipales de Gandía y Salamanca. Sin embargo, la amenaza de desaparición para los biblio- buses municipales de Zaragoza y de Badajoz se saldó con el restablecimiento del servicio como consecuencia de las protestas vecinales.
Hoy en España contamos con 82 bibliobuses, el 38% de los cuales se encuentran en Castilla y León. La pro- vincia española con mayor número de bibliobuses es Madrid con trece, seguida de Barcelona con nueve.
El 53% de los bibliobuses españoles están gestionados por las diputaciones provinciales, el 31% por las auto- nomías y el 8% restante por ayuntamientos.
La población atendida por bibliobuses, según los datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte referidos a 20147, está formada por 11.284.843 personas, es decir, el 25% de la población total que recibe ser- vicios bibliotecarios.
Todavía hay en nuestro país algo más de un millón y medio de personas sin ninguna prestación bibliotecaria, susceptibles de ser atendidos por bibliobuses. Si tenemos en cuenta la ratio del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte8 relativa a un máximo de 15.000 personas por bibliobús, aplicada tanto al 3% de población sin servicios bibliotecarios como al 25% que los recibe con los actuales 82 bibliobuses, necesitaríamos en España unos cien bibliobuses o más para suplir nuestras necesidades reales tendentes a extender los beneficios de la biblioteca pública al total de los ciudadanos.